La 
  formación de los profesionales de la educación de la primera infancia constituye 
  una tarea de primer orden que expresa la concepción pedagógica que se tiene 
  acerca del proceso de enseñanza aprendizaje y se concreta en la concepción  
  de las condiciones específicas del proceso docente educativo.
En 
  este sentido, en la Conferencia Mundial Educación “Educación para todos”, realizada 
  en 1990, se recomendó la necesidad de formar maestros polivalentes para lograr 
  una articulación entre la educación formal y la no formal, y se hizo hincapié 
  además en la vinculación entre la formación inicial del educador y la educación 
  permanente como una necesidad para su mejoramiento y su continua actualización. 
  Tal como puede apreciarse en el plano internacional se le confirió una enorme 
  importancia a la precisión de los diseños curriculares para estos educadores, 
  de qué deben saber y saber hacer para la apropiada realización de su futuro 
  actuar profesional.
Concebido 
  así, el problema del perfil o modelo del profesional para la atención y educación 
  de los niños en la primera infancia, se convierte en el centro, en el punto 
  de partida y la clave de cualquier proceso de elaboración curricular. Sin embargo, 
  en lo que respecta a lo que debe expresar el modelo, a su contenido, a su concepción 
  en general, han existido diferentes criterios.
Algunos 
  autores consideran que el modelo del profesional constituye una descripción 
  que refleja las características fundamentales del sujeto de estudio, que constituye 
  una generalización de las particularidades psicológicas del profesional de determinado 
  perfil. Este modelo se enfoca como el modelo de las cualidades o características 
  individuales de la personalidad.
Es 
  natural que en una edad de tan especial significación para el desarrollo del 
  ser humano, y en el que los niños son tan vulnerables y sensibles a los agentes 
  externos que inciden sobre ellos, las particularidades de la personalidad de 
  las personas que los forman y educan cobran una importancia fundamental. El 
  niño de cero a seis años requiere de un adulto comprensivo y afectuoso, capaz 
  de identificarse con él y de proporcionarle de la manera más paciente y cuidadosa 
  todo aquello que ha de integrar su educación y la posibilidad de alcanzar el 
  máximo desarrollo de sus potencialidades.
Esto 
  ha conducido, en el mejor de los casos, a hacer condición indispensable para 
  trabajar con niños de esta edad y, por lo tanto, formar parte del perfil del 
  profesional, que el mismo posea las condiciones psicológicas de la personalidad 
  que lo hagan idóneo para la educación de estos niños. Así, algunos de los instrumentos 
  que se han creado para detectar en los estudiantes que aspiran a ingresar en 
  la carrera de formación de educadores de la primera infancia, tratan de indagar 
  primariamente en la presencia de estas particularidades psicológicas específicas, 
  como requisito básico para aprobar su ingreso al estudio de esta profesión.
Pero, 
  en el peor de los casos, esto se ha unilateralizado en ocasiones, y se ha considerado 
  que es lo único importante, haciendo poco hincapié en la necesaria tecnificación 
  y capacitación científica que requiere un profesional para la labor educativa 
  en esta edad.  
Es 
  por ello que otros consideran que lo importante no son las condiciones psicológicas 
  y conductuales del sujeto, sino que lo significativo son el contenido del 
  plan de estudio y de los programas lo que constituye el modelo del profesional.
Para 
  los que defienden esta posición, la formación de capacidades y habilidades, 
  tanto de tipo académica como práctica, es lo fundamental a considerar en la 
  formación del estudiante y en su futuro quehacer profesional, por lo que insisten 
  en que el perfil del profesional defina con meticulosidad, las condiciones y 
  particularidades de su campo de trabajo futuro. 
Una 
  posición y otra son totalmente desacertadas, porque abarcan solo parcialmente 
  el resultado que se desea obtener, cayendo en un enfoque reduccionista y polarizador.
El 
  perfil de un profesional de la educación, y particularmente para la primera 
  infancia, ha de reflejar, de la manera más precisa posible, las exigencias fundamentales 
  que la sociedad plantea al educador para que pueda dar cumplimiento a su actividad 
  profesional, con la calidad que esto requiere, y con las expectativas que se 
  derivan de su rol social, pero a su vez ha de establecer las condiciones personales 
  que se requieren para poder ejercer dicha profesión.
J. 
  Beillerot considera que el educador es aquel que posee un determinado saber, 
  y que “en cualquier terreno es un ser excepcional por su cultura, su sabiduría, 
  su habilidad ...“ Esa cultura, esa sabiduría, esas habilidades, deben ser en 
  el modelo el reflejo de la actividad que de alguna manera expresa las múltiples 
  dimensiones de su vida social como valiosa fuente del saber; las habilidades 
  para organizar y ejecutar el proceso educativo; para evaluar y autoevaluarse 
  y someterse él mismo a la evaluación externa, así como las capacidades y cualidades 
  que le permitan ser y sentirse el máximo responsable de la calidad de los servicios, 
  del aprendizaje de los educandos, del significado que para ellos tenga el aprender, 
  como lo tiene para él, el enseñar.
En 
  la actualidad quedan pocos seguidores de la idea de que el perfil del  profesional 
  para la educación sólo tiene que ver con los conocimientos. En este sentido, 
  A. Forner refleja una crítica en la que señala que la formación de los futuros 
  educadores está descompensada en lo que respecta al equilibrio entre “la preparación 
  académica (contenidos), la profesionalizadora (psico-socio-pedagógica) y toda 
  la conciencia profesional (currículum no declarado).
F. 
  Díaz Barriga afirma que una de las etapas de la metodología del diseño curricular 
  consiste en la delimitación del perfil del egresado y agrega que en el caso 
  de un perfil profesional, además del saber, el saber hacer y el ser de este 
  futuro profesional, ha de definir una visión humanista, científica y social 
  integrada alrededor de los conocimientos, las habilidades, las destrezas, las 
  actitudes, los valores, etc., y que, por lo tanto, es importante incluir la 
  delimitación de las áreas o sectores donde el egresado realizará su actividad, 
  los principales ámbitos de su labor, así como las poblaciones y beneficiarios 
  de su quehacer profesional.
Generalmente 
  los motivos de los fracasos de la educación se han buscado en la calidad de 
  la formación inicial en los centros pedagógicos y en el perfil socio académico 
  de los que allí se preparan, y esto tiene mucho que ver con los procedimientos 
  empleados en la elaboración del modelo, procedimientos que deben tener como 
  resultado el reflejo de aquellas exigencias fundamentales, crecientes y cambiantes, 
  que las necesidades sociales sitúan al educador.
Al 
  respecto, si bien el criterio para valorar a los egresados de una determinada 
  formación profesional hay que buscarlo en primer lugar en cómo se proyecta su 
  formación para la práctica educacional, también ha de continuarse buscando, 
  una vez que egresa, en cómo perfeccionar constantemente su saber, y qué influencia 
  ejerce la dirección del centro infantil y el colectivo docente en la elevación 
  permanente de su preparación profesional, y de cómo, de ser posible, se realiza 
  el seguimiento de ese egresado por el centro formador.
Muchos 
  autores aseguran que el perfil del profesional de la educación constituye un 
  instrumento de trabajo de enorme significación para aquellos que han 
  de formar a estos profesionales, y que permite evaluar el desempeño de los estudiantes 
  y de los egresados, puesto que en el mismo, como modelo, están planteadas las 
  aspiraciones que se desean alcanzar en el profesional, lo cual posibilita ir 
  valorando el nivel de desarrollo por años de formación del futuro profesional. 
  Señalan a su vez que es un instrumento que sirve para comprobar hasta qué punto 
  los contenidos, las disciplinas y asignaturas, o los módulos están alcanzando 
  los objetivos propuestos.
E. 
  Fernández señala  que el modelo del profesional es un patrón que debe modelar 
  todas las actividades inherentes a la formación de un determinado especialista. 
  Esto le imparte un extraordinario valor práctico, pues a partir de su concepción 
  se puede derivar la estrategia para la formación, la superación, la investigación 
  y la actividad laboral de tales especialistas, y constituye el punto de referencia 
  en el proceso de formación de los docentes
Todo 
  lo anterior conduce a reafirmar la importancia del modelo del profesional como 
  punto de partida de toda elaboración curricular, y al mismo tiempo, se 
  señala que solo cuando la formación del educador parta del perfil y transite 
  de las condiciones iniciales de la formación a las condiciones con las que deben 
  egresar los docentes, solo entonces se puede afirmar que el modelo es 
  eficaz, que ha tenido valor práctico, y que ha constituido una guía para posibilitar 
  la correspondencia entre la preparación que debe ofrecer el centro formador 
  y la actividad concreta que debe saber realizar el egresado al incorporarse 
  a su vida profesional.
El 
  Perfil o Modelo del Profesional, además de constituir el documento rector, la 
  fuente, guía y punto del que hay que partir inexorablemente para el diseño curricular 
  en general, constituye inequívocamente un instrumento regulador de la formación 
  y la autoformación del futuro profesional.
Los 
  objetivos generales de este perfil concebidos particularmente en función de 
  un profesional de la educación de la primera infancia han de estar enmarcados 
  en tres direcciones fundamentales: una dirección ético- social, una dirección  
  cultural y una dirección profesional, que se han de derivar de los principios 
  y de los objetivos más generales de la formación de personal planteados por 
  el sistema social.
Estos 
  objetivos generales han de comprender el sistema de cualidades del individuo 
  y de los conocimientos y, consecuentemente, del sistema de funciones y habilidades 
  propios de este profesional, elementos que resulta necesario también tener en 
  cuenta al determinar dichos objetivos generales. De este modo queda conformado 
  un sistema en el cual los procedimientos y los resultados se autorregulan uno 
  a otro y modifican de manera biunívoca..
Por 
  otra parte, el sistema de funciones y habilidades, que constituyen los modos 
  de actuación del futuro profesional, se materializan en las tres 
  áreas fundamentales de formación: la académica, la investigativa y la práctico-laboral, 
  y mediante las cuales el egresado puede dar solución a los problemas profesionales 
  que se le presenten en su vida laboral, que se han derivado en última instancia 
  de los objetivos generales que se plantearon en su proceso de formación. 
A 
  su vez este perfil, que marca el quehacer del futuro profesional, ha de irse  
  construyendo a todo lo largo del plan de formación, desde las acciones más simples 
  hasta los últimos años que impliquen prácticamente este quehacer, pero aún en 
  condiciones de la formación. A modo de ejemplo se plasma un esquema general 
  de estas acciones en una carrera hipotética que dure cinco años de formación:
PRIMER AÑO:
Demostrar 
  habilidades comunicativas en su relación con los niños, la familia y la comunidad 
  y perfeccionar el uso de la lengua materna como fundamento para el desarrollo 
  de las habilidades profesionales.
Caracterizar 
  las particularidades anatomofisiológicas y psicológicas del niño en la primera 
  infancia.
Planificar 
  y aplicar técnicas de investigación socioeducativas para caracterizar la comunidad, 
  la familia y el sistema de relaciones con el centro infantil y las vías de la 
  educación no formal. 
Utilizar 
  diferentes técnicas de estudio que conduzcan a la elaboración de fichas y resúmenes 
  bibliográficos para la recopilación de información relacionada con los contenidos 
  de las asignaturas, disciplinas o módulos.
SEGUNDO AÑO
Aplicar 
  los conocimientos en las actividades académicas, investigativas y de la práctica 
  laboral.
Valorar 
  el desarrollo psíquico del niño de cero a seis años en todos los grupos de edad 
  (desde lactantes hasta el sexto año de vida).
Realizar 
  tareas investigativas relacionadas con los contenidos de las asignaturas del 
  año y en correspondencia con algún aspecto del trabajo con el grupo de niños 
  que atiende. 
Valorar de manera crítica y reflexiva 
  el desarrollo del proceso pedagógico en la práctica profesional cotidiana, tanto 
  en el centro infantil como en el trabajo comunitario.
TERCER AÑO
Demostrar, 
  a través de los contenidos de las asignaturas, el perfeccionamiento de las habilidades 
  de la expresión oral y escrita y su aplicación en el trabajo diario.
Realizar 
  tareas investigativas encaminadas a la solución de los  problemas de su actividad 
  pedagógica profesional con los niños, la familia y la comunidad.
Demostrar 
  el desarrollo y perfeccionamiento de habilidades para la dirección del proceso 
  pedagógico, en función de la formación integral de los niños.
Aplicar 
  estrategias para el tratamiento diferenciado de los niños, tanto grupal como 
  individualmente. 
CUARTO AÑO
Demostrar 
  dominio de la lengua materna y servir de modelo a sus educandos.
Realizar 
  trabajos investigativos con independencia y creatividad, encaminados a proponer 
  soluciones a problemas concretos del trabajo educativo con los niños,  la familia 
  y la comunidad.
Aplicar 
  los conocimientos y habilidades psicológicos, pedagógicos y metodológicos, con 
  sentido crítico y transformador, en la dirección del proceso docente‑educativo, 
  tanto en la institución, en las vías no convencionales, con la familia y la 
  comunidad.
QUINTO AÑO
Demostrar 
  dominio de la lengua materna y aplicar un modelo de comunicación ejemplar con 
  los niños, los padres y en el trabajo con la comunidad.
Investigar 
  problemas actuales de la educación de la primera infancia y proponer soluciones 
  que contribuyan al perfeccionamiento del trabajo con los niños, la familia y 
  la comunidad.
Dirigir 
  el proceso docente‑educativo con un estilo creador, poniendo en el centro 
  de dicho proceso al niño como sujeto activo de su propia educación.
Aplicar 
  creadoramente en la actividad recreativa con los niños, tanto en la institución 
  como en la comunidad, los conocimientos y habilidades relacionados con las manifestaciones 
  culturales del acervo nacional y universal.
Demostrar 
  en el ejercicio de culminación de estudios el dominio de los conocimientos y 
  las habilidades de carácter filosófico, higiénico, psicológico, pedagógico y 
  metodológico adquiridos durante la carrera.
Tal 
  como se destaca la formación del profesional no es algo que está dado como producto 
  final aislado, sino que se va conformando en la medida en que la formación del 
  educador adquiere niveles cada vez más complejos, tanto en lo que se refiere 
  a su área de formación académica, a la de su formación investigativa, y a la 
  de su área de la práctica laboral.
En 
  este sentido, el egresado, que se ha formado siguiendo los lineamientos de un 
  modelo preestablecido de su quehacer profesional, adquiere las capacidades y 
  habilidades necesarias para el ejercicio de su profesión, sobre la base de la 
  consolidación de su vocación expresada en las particularidades y condiciones 
  de su personalidad en la misma medida en que se va conformando como un profesional. 
